viernes, 16 de agosto de 2013

Señora y señora P.

Este fin de semana largo viajo a la Patagonia para el casamiento de una gran amiga mía, una de las mejores, de las más hermanas que tengo: P.
Mi amiga se casa con su novia. La revelación acerca de que nunca iba a haber un Sr. y una Sra. P. no es algo que haya ocurrido hace tanto; pongamos tres años atrás, lo cual en nuestros 37 de vida no representa gran cosa. Mi amiga es muy particular, digamos que ya de por sí no es la encarnación de la alegría, pero con los años se había vuelto cada vez más hermética, más huraña, más depresiva y fue como una espiral en descenso, cada vez peor y peor, hasta que vino la revelación, y ahí la cosa cambió rotundamente. 
P. remontó como nadie se hubiera imaginado que podría. Claro que sigue sin ser la alegría de vivir, pero aceptarse y mostrarnos quien era realmente le cambió la vida; supongo que le habrá generado gran alivio confirmar que ni su familia ni sus amigos cambiamos en nada nuestra relación con ella, ni nuestra percepción acerca de ella. Es más, creo que cuando lo supimos, todos pensamos: “Claaaaro, ¡¿pero cómo no me di cuenta antes?!”.
Creo que tener que falsear la propia identidad, ocultar algo que nos constituye como individuos debe ser uno de los castigos más grandes que nuestra cultura nos impone...

¡Confetis y amor para todos este finde largo!

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